La pandemia: sus enseñanzas y sus retos

Desde el grupo coordinador de la Escuela Social me pidieron algunas palabras sobre las enseñanzas que nos está dejando esta Pandemia del Covid-19. Ya me conocéis, y está de más recordar que yo no soy ningún experto en la materia. Me limitaré, por tanto, a compartir con vosotras y vosotros algunos de los pensamientos que, sobre la pandemia y con motivo de ella, han ido sedimentándose en mí como fruto de lo que yo mismo he escuchado, leído y reflexionado. Es lo único que puedo hacer y ofreceros. Es posible que mis reflexiones no contengan ya nada nuevo para vosotras y vosotros. Quizás el hecho de agruparlas y ordenarlas en una cierta perspectiva os pueda ser de utilidad.

Dividiré mi exposición en dos partes. En la primera me referiré a la pandemia con una metáfora, la de un semáforo en rojo, encendido como un ¡alto! en nuestra veloz carrera vital individual y colectiva. E indicaré una serie de importantes notas que están acompañando y caracterizando la presente crisis pandémica. Y en la segunda parte recordaré algunos de los problemas y grandes retos o desafíos que la misma nos plantea.

1ª PARTE: UN SEMÁFORO EN ROJO

La imagen del semáforo nos evoca varias cosas. Por ejemplo, riesgo o peligro, parón o interrupción, espera, retomar la marcha…

1.- Origen del coronavirus:

El 31 de Diciembre de 1919 la Organización Mundial de la Salud (OMS) comunicó que, en la ciudad china de Wuhan, había aparecido una neumonía de origen desconocido. Y ya a principios de Enero del año sigiente las autoridades chinas identificaron la causa: una nueva cepa de coronavirus, que comenzó a expandirse por Asia, Europa y América con inusitada rapidez.

Al parecer, la mayoría de los coronavirus que infectan a los humanos provienen de animales. En el caso que nos ocupa parece que son los murciélagos los “culpables” más probables. La distancia genética existente entre el coronavirus del murciélago y el del ser humano sugiere que el virus le ha llegado a éste a través de un “huésped intermediario”, un pangolín o un visón por ejemplo. Y a la pregunta de cómo surgió la infección, el consenso científico mayoritario (virólogos) se inclina por un “desbordamiento” o transmisión del animal al humano. No obstante, la Oficina del Director de Inteligencia Nacional de EE. UU. nunca ha excluido del todo la posibilidad de que, en el origen, haya podido darse un accidente o fuga de laboratorio.

2.- Complejidad de la crisis originada:

Para empezar, hay que recordar que el impacto del covid-19 ha sido global. Por eso hablamos de “pandemia” y no de una mera “epidemia”. Dicho impacto , como es obvio, ha sorprendido a los países en medio de los esfuerzos por reponerse y poder salir de los estragos de la crisis económico-social de 2008. Y, además, la crisis originada se ha manifestado como polifacética o multidimensional. Es decir, no nos hallamos tan sólo ante un problema o una cuestión sanitaria, sino, también y simultáneamente, económica, social, ecológica o medioambiental, política, antropológica, ética y hasta espiritual y religiosa.

Por eso algunos hablan de “sindemia”, haciendo así referencia a la conjunción en una de varias crisis o afecciones. Otros se refieren a este mismo dato aludiendo, (como por ejemplo Daniel Innerarity), a que estamos viviendo un tiempo “crítico”. En otras palabras, la acumulación de crisis diversas – pero en relación las unas con las otras – sería precisamente una de las señas de identidad del presente. Lo que adjudica al mismo una innegable nota de complejidad en orden a cualquier afrontamiento de la situación.

Aparte de todo ello, surgen nuevos cuestionamientos (vg.: la extensión e intensidad vacunales ¿no fungirán de presión al virus para que busque “mutaciones de escape”?), o posturas que ponen su ‘libertad individual’ por encima de la ‘salud colectiva’, rompiendo así los consensos mayoritarios.

3.- Nos ha puesto en situaciones ‘límite’:

Ante la realidad de la muerte en primer lugar. Y no tanto de la muerte en general y en abstracto, sino de ‘los muertos’, sobre todo. Principalmente aquellos que han fallecido en soledad o sin tener posibilidad de acceso a unas atenciones mínimas. Aunque luego los medios nos los hayan restregado como espectáculo. No los pobres muertos, sino ‘los muertos pobres’. Algunos medios han explotado indebidamente determinadas imágenes captadas en distintos lugares del planeta. Pero ojalá no borremos de la memoria algunas instantáneas: como hospitales desbordados, tanatorios saturados y morgues improvisadas, difuntos alineados en cajas de cartón, cadáveres por las calles… o avenidas y calles absolutamente vacías (como fríos esqueletos de una vida ida, o resguardada y escondida con temor). Ya son en el mundo 267 millones los contagiados por el coronavirus y más de 5.266.000 los fallecidos a causa del covid.

La pandemia ha supuesto una amenaza para todas y todos; si bien, como veremos en su momento, no ha afectado a todas y todos por igual, sino de manera desigual. Y también ha afectado a la totalidad del ser – ya nos hemos referido a sus diversas vertientes -. Ello ha supuesto una especie de presión añadida en relación con el tiempo a la hora de ponerle remedio a una situación agravada por más problemática y compleja. Por otro lado, si bien la pandemia ha supuesto una inesperada y forzada paralización de muchas cosas, sin embargo hemos tenido la sensación de tener que luchar contra el tiempo (no digamos, por ejemplo, en el tema de las vacunas).

La pandemia nos ha ayudado a calibrar mejor nuestra propia dimensión. Nos ha hecho percibir mejor nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Nuestro enorme poder, por supuesto, pero también nuestros grandes e innegables límites. Aunque el parecer más generalizado es que las vacunas contra el covid-19 han sido un enorme éxito, el hecho es que el virus ha abatido nuestra arrogancia de hombres y mujeres del s. XXI pioneros de la ciencia y de la técnica, de un supuesto saber que puede dar razón de todo y hacerlo todo.

Por eso la pandemia ha hecho que nos formulemos cuestiones fundamentales: qué es lo esencial y, en consecuencia, aquello que hay que atender en primer lugar; a la hora de abordar la crisis generada, dónde marcar los acentos (¿en la biología y la medicina, en la economía, la sociología, la ecología, la ética, la espiritualidad?…); cuál es mi relación con los demás y con el medio ambiente y la naturaleza, y con el futuro; qué valores y pautas de conducta nos está reclamando el tiempo presente como condición de verdadera humanidad, etc.

4.- La pandemia ha “des-velado” realidades más o menos escondidas:

De entrada, ha puesto de manifiesto el gran caudal de generosidad existente en tantas y tantos excelentes profesionales en distintas áreas, y tantos voluntarios y voluntarias, que se han desvivido por ayudar de diversas maneras a quienes lo necesitaban. Por contra, se ha puesto también de manifiesto un enorme y vergonzoso egoísmo. Y no pienso sólo en el inmenso negocio de algunas empresas farmacéuticas, sino también en la acaparación y distribución de las vacunas; y en la negativa a librar sus patentes. Pienso también en la cerrazón de fronteras a inmigrantes y refugiados – y más en unos tiempos tan críticos -, y en las indignas e inhumanas condiciones de vida a las que están siendo sometidos. Pienso en los magros resultados del encuentro de Glasgow sobre el Cambio Climático, a pesar de ser éste un tema tan crucial. Estas dos cuestiones, migraciones y ecología, además de conectarse con la pandemia de diversos modos, interpelan a Europa acerca de si, presa de su propio egoísmo, no está haciendo naufragar su civilización teóricamente cimentada sobre los derechos humanos.

Pero la pandemia ha puesto de manifiesto muchas otras cosas en positivo y en negativo. POSITIVAMENTE ha reforzado una toma de conciencia de que somos seres sociales. Estamos interrelacionados, somos interdependientes y en alguna medida responsables los unos de los otros. En este marco los cuidados adquieren una significación y un relieve muy especiales: “el cuidado es trabajo y el trabajo es cuidado”. A partir de ahí esa actividad vitalmente necesaria y socialmente integradora que es el trabajo adquiere unas finalidades primordiales inscritas en el cuidado: cuidar de uno mismo, cuidar a los demás y cuidar el medio vital.

Adquieren igualmente una importancia mayor el lugar y la función de lo común, de lo público, de la estabilidad institucional. Y junto a ello, también se ha destacado como positivo el rol que han jugado para muchas personas durante la pandemia una serie de bienes intangibles, a menudo gratuitos y que no suelen ser objeto de una rentabilidad inmediata: como elementos distintos de la cultura – libros, música, cine… -, o la espiritualidad, o la religión… Unos les han atribuído compañía, otros ánimo y fortaleza, otros consuelo o esperanza, otros un efecto simplemente ‘balsámico’. Y, entre lo positivo ‘des-velado’ por la pandemia, no podemos ignorar el papel tan significativo jugado por la ciencia y la investigación. La expresión del gran físico y científico Pedro Miguel Echenique ha sido que la pandemia “la ha puesto – a la ciencia se entiende – en el escaparate”. Aunque inmediatamente ha añadido que la ciencia tiene sus límites, que no posee certezas absolutas, que no podemos convertirla en una religión y que tampoco puede reemplazar a la acción política; que tiene muchas cosas que enseñarnos, como el saber ser cooperativos, y que la ciencia necesita sus propias leyes, sus métodos y sus ritmos…

Y entre lo que la pandemia nos ha desvelado NEGATIVAMENTE destacaré dos cosas. Primera: (Aunque ya lo haya dicho, permitidme volver a recordarlo, por su gran importancia) ha puesto al descubierto la enorme desigualdad existente en nuestra sociedad. Desigualdad en recursos, en condiciones de vida, en posibilidades de acceso a los bienes… Pensemos, por ejemplo, en la vivienda, en los ‘pisos patera’. Pensemos, por ejemplo, en cómo muchos de los servicios llamados “esenciales” son los que, a menudo, tienen peores condiciones laborales, están peor retribuídos y están ocupados en mayor proporción por inmigrantes. Basten estos dos datos como exponentes de la desigualdad existente: tenemos en España 11 millones de personas en situación de exclusión y, de ellos, 6 millones en condiciones de pobreza y exclusión extremas. La segunda cosa a destacar se refiere a cómo, ante un desafío global que requiere en gran parte aunar esfuerzos, coordinación y recursos a escala global, a la hora de dar respuestas efectivas, en gran medida nos sentimos abocados a instituciones locales. Y nos hemos visto carentes de instrumentos eficaces de gobernanza más global.

5.- Situadas y situados ante un clima de relativa ‘incertidumbre’:

La incertidumbre va dejando de ser, al parecer, una nota ocasional vinculada a unas condiciones también ocasionales, para convertirse en una especie de clima cultural y social permanente. Aunque se busquen grandes consensos mayoritarios en torno a cuestiones fundamentales, la irremediable interconexión actual de los grandes problemas y retos, su ya inherente complejidad, la inevitable disparidad de miradas, valoraciones y propuestas respecto a los mismos, la necesidad de afrontarlos por vías democráticas y participativas, etcétera, no pueden llevarnos a eludir el hecho de que, finalmente, hemos de hacer una elección en un campo no dogmático y en el que, por tanto, al menos teóricamente, habría más de una decisión posible.

En la vida, en el mundo sociopolítico, así como en el de la ciencia, hay que avanzar en ocasiones por ensayo y error. No se trata de ‘probar’, sino de realizar lo que, ponderada y responsablemente, se considera bueno y oportuno para el conjunto de la ciudadanía. Y se trata, también, de reconocer los errores y de corregirlos cuando tomamos conciencia de los mismos. Saber corregir, rectificar el rumbo – nos recordaba Echenique – “no es una derrota, sino una victoria”. Es el modo de poder avanzar.

Y la incertidumbre en modo alguno comporta carecer de criterios o convicciones. Simplemente nos exige un plus de pensamiento, de humildad, de espíritu cooperativo, de persistencia. Y un pensamiento no dogmático, crítico, y dialogante.

2ª.- PARTE: ALGUNOS RETOS PARTICULARMENTE AGUDOS Y APREMIANTES.

1.- Abordar la relación e interconexión de todos los problemas.

Este me parece un asunto relativamente nuevo y capital. Porque no estamos ante una mera cuestión médica, sino de salud en su acepción más integral. Nos hallamos ante la imperiosa necesidad de una búsqueda conjunta, y de un diálogo y decisiones coordinadas entre campos de la realidad distintos, pero convergentes en unos mismos desafíos (y en el gran problema del covid-19, digámoslo claramente para no perdernos).

a) De entrada es ya innegable que la economia está teniendo mucho que ver con el desequilibrio y la destrucción del medio ambiente. Lo ha expresado muy bien el catedrático de Geografía Física Javier Martín-Vide, coordinador en Cataluña del Grupo de Expertos en Cambio Climático: “Detrás del problema del cambio Climático existe un modelo económico basado en un crecimiento continuo, cuando los recursos son finitos”. En semejante contexto, este año “el día de la sobrecapacidad de la Tierra ha llegado el 29 de Julio, lo que significa que necesitamos 1,7 planetas para cubrir las demandas de un solo año. Estamos produciendo una deuda ecológica para nuestros descendientes.”. La economía, pues, está detrás de la problemática medioambiental y del cambio climático. Se precisa por tanto restaurar el equilibrio ecológico. Ahora bien, ¿es esto posible sin cambiar el modelo económico, que es lo que está detrás de la problemática ecológica?

b) El grave deterioro ecológico, por su parte, tiene mucho que ver, entre otros efectos, con muchas de las graves afecciones de la salud. En primer lugar porque está en el origen de graves alteraciones del medio, que, en muchas partes del mundo, son causa de destrucciones, sequías y hambrunas. No olvidemos que “El covid – se ha dicho – ‘puede’ matar, pero el hambre ciertamente mata”. Y, en segundo lugar, la destrucción del medio ambiente puede hacer y ha hecho que patógenos antes contenidos en sus ecosiastemas respectivos escapen y salten fuera de su hábitat. Por eso algunos han afirmado que debemos estar preparados para nuevas e incluso más graves infecciones. El Programa de Naciones Unidas por el Medio Ambiente (UNEP) apuntaba una serie de acciones y situaciones que pueden estar en el origen de la afectación humana por el covid-19: como la deforestación y otros cambios en el uso del suelo, agricultura y ganadería intensivas, comercio ilegal y no debidamente regulado de vida salvaje, etc. Por eso consideraba que no se trata sólo de cuidar la salud de los humanos, sino también de restaurar el equilibrio ecológico.

c) Y la cuestión sanitaria, a su vez, (además de su conexión con la ecología y, por supuesto, con la economía – ¿por qué, en el inicio, faltaron las defensas más elementales para el personal, que tuvo que improvisar con bolsas de basura y lo que encontró a mano?, ¿por qué tanto personal de salud tan generoso y heróico como agotado?, ¿por qué tantos fallecidos en residencias de mayores?… – tiene mucho que ver innegablemente con lo social, lo político y lo cultural.

d) La cuestión sanitaria tiene que ver con lo social. Y la relación, no lo olvidemos, es de ida y vuelta. La pobreza y la desigualdad son problemas y retos sociales, y también un peligro y un reto para la salud. Ya precisábamos al inicio que, aunque el virus no distingue entre clases sociales, lo cierto es que se ha cebado muchísimo más en los pobres. Y ya sabemos por qué. Lo social tiene que ver con la mayor afectación del virus y también con su expansión, así como con la reaparición de otros problemas sanitarios. Lo acaba de denunciar Thomas Ubrich, del Equipo de Estudios de Caritas y FOESSA (Fundación de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada): “La pandemia está golpeando con más fuerza a los que ya eran los perdedores, los más frágiles. […] están siendo castigados por la crisis sanitaria, social y hasta de salud mental […] ya tenían dificultades para mantenerse a flote”, no les ha llegado el escudo social – sólo el 8% de la población pobre ha accedido al ingreso mínimo vital – y los mecanismos de protección propios que pudieran tener ya se habían desgastado por la crisis del 2008. Además, como he indicado, la grave desigualdad social y la pobreza que conlleva se convierten a la postre, por las precarias condiciones de vida asociadas a ellas, en primeras abonadas a ser focos y víctimas y portadoras del virus. ¿Cómo no terminamos de ver que, en el mundo actual, el desafío de las migraciones y los refugiados, pongamos por caso, no es sólo una cuestión de derechos humanos o social y política y cultural y, en muchos casos, ecológica – por destrucción del medio, sequías, hambrunas -, sino que encierra también una muy seria problemática sanitaria que debemos saber afrontar? Y ¿ómo no acabamos de entender que lo que pase, por ejemplo en Africa, más tarde o más temprano nos afectará a todas y todos, y que la cooperación con otros pueblos y continentes ya no es simple asunto de justicia y solidaridad, sino también de realismo e interés? (Dicho quede sin detenernos en denuncias como la que realiza el médico pediatra que trabaja en Etiopía Iñaki Alegría: que, justo en este tiempo de pandemia de covid, está bajando la cobertura vacunal de sarampión, Hepatitis B, Neumococo, Polio, Tétanos…, lo que repercute en la pérdida de muchas vidas).

e) Sigamos. La economía, la ecología, lo social, lo sanitario tienen una muy estrecha relación con lo político. Ante la pandemia nuestra situación política más cercana ha mostrado fortalezas y debilidades. Destacaría entre sus FORTALEZAS, en lo que nos atañe más de cerca, una apreciable estabilidad política, y una considerable solidez y estima entre nosotros de instituciones como la sanidad publica. A pesar de las limitaciones, de los déficits mostrados en algunos aspectos – como carencia inicial de algunos elementos esenciales, falta de personal, excesiva eventualidad del mismo, persistentes listas de espera, etc. -, el aprecio y la confianza de la ciudadanía en nuestro sistema sanitario creo que han constituído un punto a favor en el abordaje de la pandemia y en la respuesta positiva mayoritaria de la ciudadanía a la normativa exigida o recomendada por las autoridades. Por más que ya se haya señalado con razón que nuestras instituciones han mostrado también sus DEBILIDADES: están “diseñadas para afrontar epidemias, no pandemias”. Y, como recuerda Innerarity, su diseño y funcionamiento son más locales que globales. Incluso dentro de nuestro Estado Autonómico, descentralizado en muchos aspectos, ha habido problemas entre lo nacional y lo regional o local . Y se han escuchado quejas tanto de autoritarismo recentralizador e invasión competencial, como de dejación de funciones de orientación y coordinación centralizadas.

f) La pandemia tiene también mucho que ver con aspectos importantísimos de lo cultural entendido en un sentido amplio. La pandemia impactó, y mucho, en el universo de la cultura; pero ya mencionamos en la primera parte como también algunos elementos de ese universo habían cumplido un saludable papel de acompañamiento y sostenimiento en momentos difíciles de confinamientos y soledad. Y con ello se ha puesto de manifiesto que, en la vida de las personas, hay dimensiones gratuitas, aparentemente carentes de una utilidad inmediata – las distintas expresiones del arte están entre ellas – , que son y pueden llegar a ser muy necesarias. Constituyen esas ‘áreas verdes’ que ponen sabor, tono y color en el diario vivir.

Y estrechamente emparentada con todo ello está la espiritualidad. El espíritu que nos mueve es decisivo en el modo que tenemos las personas de situarnos ante la realidad y de afrontarla. Y entendemos aquí por espíritu esa especia de ‘destilado’ o poso final, resumen de nuestros pensamientos, valores, convicciones, sentido que damos a la vida y nos damos a nosotros mismos en ella, historia y vivencias, etc. Todo ello forja un modo de ser y de estar que nos marca, nos da un estilo y configura nuestra huella, la que vamos dejando en la vida.

La ética ha tenido también mucho que ver con la pandemia. A la hora de establecer prioridades, pongamos por caso sin ir más lejos: ¿dónde ponemos los acentos, en la salud o en la economía?, ¿Pueden ser obligatorias las vacunas?, ¿dónde hemos de poner los límites de la libertad individual?…

Y también para muchas y muchos ha jugado un papel importante la religión, entendida como propuesta y oferta de sentido. La pandemia impactó en aspectos cultuales de la práctica religiosa. Y sin duda ha contribuido a repensar dónde reside y en qué consiste lo fundamental de la religión. Ella ha movido mucha solidaridad. Y ha ayudado a reforzar la resistencia en días oscuros.

2.- Entre el apocalipsis y una razón más compasiva, comprensiva, y más positiva también.

Algunos notarios de la hora contemporánea han hecho previsiones catastrofistas. Así, en 2003, Théodor Monod, en su obra “Y si la aventura humana llegara a fracasar”, decía: “El ser humano es perfectamente capaz de una conducta insensata y demencial; a partir de ahora podemos temer todo, absolutamente todo, hasta la aniquilación de la especie humana”. Se refiere, pues, a un horizonte posible ante el que Albert Jacquard en “¿La cuenta atrás ha empezado ya?” dice:”… corremos el riesgo de forjar una Tierra en la cual a ninguno de nosotros le gustaría vivir. Lo peor no es seguro, pero tenemos que darnos prisa”. Esta mirada desencantada, pero con referencias más cercanas y concretas, y un lenguaje y tono menos apocalípticos aunque sí apremiantes, me parecía percibirla en unas recientes palabras radiofónicas de un médico de la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital de una Comunidad cercana: ”…la transmisión es enorme y los adultos no queremos tomar medidas […]. Ojalá metiera la pata, y si fuera así pediría perdón aquí mismo. Pero pronto los niños estarán sin clase [anteriormente se había referido a miles de niños confinados y cientos de clases ya cerradas], pero habrá fiesta en la calle; tendremos los bares abiertos y los quirófanos cerrados; los ancianos muriendo y nosotros de fiesta. A mí me causa una enorme tristeza, decepción y rabia […] Cuando se tira una piedra por una pendiente, es muy difícil pararla una vez que rueda”.

El mes pasado, nuestro paisano navarro Pedro Miguel Echenique afirmaba que estamos en posesión del conocimiento científico suficiente como para afrontar y dar respuesta a los grandes retos que tenemos planteados”. Y añadía: “Pero nos faltan la sabiduría y la voluntad suficientes para hacerlo”. Y abogaba, por ello, por una ciencia con conciencia. Pero ¿la realidad se corresponde exactamente con la denuncia de Echenique? Las cosas ¿son así?

Daniel Innerarity, en un artículo reciente, creo que, sin mencionar a Pedro, aunque teniéndolo en cuenta, daba, a mi entender, una respuesta negativa a la tesis de éste. ¿Es verdad que sabemos y no hacemos y que, por tanto, somos unos seres desalmados? Ciertamente hay algo que no podemos negar y de lo que es tramposo evadirse: Raramente las cosas suceden por mero azar, los humanos somos responsables de gran parte , si no de todos, los problemas y las adversidades que padecemos. Pero dicho esto, hemos de reconocer otros elementos fuertemente condicionantes del comportamiento humano. Como que querer, sin más, no siempre es poder; o el papel, necesario y en ocasiones diabólico, de las estructuras: que las creamos nosotros ciertamente, cristalizan nuestros egoísmos, median nuestras decisiones, nos alejan de sus efectos a veces perversos y, con frecuencia, nos sirven de autojustificación y de paraguas (es curioso el frecuente recurso a que la culpa de algo siempre está fuera, viene ‘forzada’ de otra parte, dada, impuesta). Y, frente a la sobrevaloración de una determinada concepción de la razón científica, la infravaloración o minusvaloración de otras dimensiones esenciales del conocimiento, el saber y, por tanto la razón. Me refiero, por ejemplo, a la razón valorativa y optativa, que es la que opera en todo lo que tiene que ver con el mundo de los valores, tan necesarios a la hora de abordar cuanto tenga que ver con lo humano, lo ecológico, lo social, lo político, lo ético, lo cultural, etc. Por eso, yo le diría a Pedro, con todo respeto, que tenemos menos ciencia de la que creemos tener. Y a todo ello hay que añadirle la ya mencionada complejidad actual de todos los retos y problemas. Hay, pues, un “no saber”, que, nos lleva a veces, parafraseando las conocidas palabras de un ilustre cristiano, Pablo de Tarso, a “no hacer el bien que queremos y hacer el mal que no queremos”.

3.- ¿Volver a la normalidad o ganar un futuro nuevo?

¿Un futuro? No será prolongando el pasado como ganaremos el futuro. En “La era de los extremos”, (1985), Erik Hobsbawm afirmaba: “No sabemos hacia dónde nos dirigimos. Sin embargo, una cosa está clara: si la humanidad quiere tener un futuro significativo, no puede ser prolongando el pasado o el presente. Si intentamos construir el tercer milenio sobre esta base, vamos a fracasar”. Dicho con otras palabras, sobre todo una muy en boga con motivo de la pandemia, los interrogantes han aflorado en torno al término “normalidad”. ¿Qué entender por normalidad? ¿Se trataría de volver a la antigua normalidad? ¿Hay que construir una nueva normalidad?

El periodista Jorge Nagore se refería recientemente en una de sus columnas a “el enorme esfuerzo que va a haber que hacer a partir de ahora para recuperar la normalidad, – y añadía precisando – si es que en 2021 podemos hablar de normalidad”. Es verdad que él estaba hablando de los desastrosos efectos de las recientes inundaciones, pero sus últimas palabras son también una clara evocación de cuanto viene sucediendo en los últimos tiempos. Mi posición al respecto es que no debemos de volver a la antigua y perversa normalidad. No podemos quedar prisioneros de un sistema incoherente en muchas de sus vertientes, como ya hemos apuntado. En una Europa, que es ya “un gran escenario de desencanto”, deberíamos tratar de recuperar aquellos conceptos que alumbraron su nacimiento como proyecto unitario: “solidaridad, pacto social, igualdad de oportunidades, redistribución de la riqueza y justicia social”. Lo decía hace tres años el Diario de Noticias en un editorial que titulaba. “¿Ganar el futuro de Europa?”.

Hemos visto que es el “sistema” actual el que viene desbordado por múltiples crisis interconectadas e intercausales las unas respecto a las otras. Es lo que imprime complejidad e incertidumbre a cualquier búsqueda de solución. Seguro que, en el intento, habrá mucho de ensayo y error, sea bienvenido. Echenique insistía con mucho acierto que equivocarse y corregir no es una derrota sino un triunfo. Y, situadas y situados en una ‘amplia zona de transición’ – como creo que estamos -, intentemos siquiera no retornar al pasado, valoremos toda iniciativa de renovación por pequeña que sea e insignificante que parezca y tratemos de “recuperar aquellos valores sociales, democráticos y humanistas originarios”, porque quizás ésa “sea la alternativa real al creciente desentendimiento de los ciudadanos de esta peligrosa Europa de los Mercados” (Diario de Noticias, 15, 05, 2021).

Escuela de Barañain

15 – Diciembre . 2021

Guillermo Múgica